10.4.08

MITOPOIESIS Y ACCIÓN POLÍTICA


A partir de esa idea de mitopoiesis la referencia a la acción política parece obvia. Para ilustrarla, seleccionamos algunos fragmentos de una entrevista realizada por Amador Fernández-Savater a Wu Ming Foundation que se publicó en El Viejo Topo #180, julio 2003.

Desde Luther Blissett hasta Wu Ming, vuestra actividad política y literaria ha girado en torno a la noción de mitopoiesis: la creación colectiva de mitos, relatos o historias vinculadas estrechamente a una comunidad. Mucha gente ha escrito cosas muy variadas sobre la función social de los mitos: Durkheim decía que se encargan de dar cohesión a las colectividades humanas mediante la creación de un lenguaje común para nombrar las cosas y los comportamientos; George Sorel decía que más bien dirigen unas energías, inspiran una acción que suprime el estado de cosas presente y engendran entusiasmo para afrontar esa tarea; otros autores hablan de que los mitos quitan el miedo y devuelven al mismo tiempo a una comunidad la confianza en sus posibilidades. En Esta revolución no tiene rostro (Acuarela Libros, 2003) vosotros habláis de que nos ayudan a atravesar la "noche en lo ignoto (el desierto, las fases de incertidumbre en el conflicto social)". ¿Qué significa esto? Y en general, ¿qué función cumplen para vosotros los mitos en una comunidad dada?

Todas las funciones que has citado son fundamentales para el nacimiento y la supervivencia de una comunidad. Y, por lo tanto, también para una comunidad en camino y en lucha.
El problema es el mantenimiento de un equilibrio entre esas funciones que, prisioneras de sí mismas, pueden producir procesos fuertemente "identitarios". Los mitos, las historias, mantienen el sentido de una comunidad y, a su vez, la comunidad mantiene vivos los mitos, reflejándose en ellos y produciendo otros nuevos. En el momento en el que la comunidad se apergamina, también los mitos comienzan a esclerotizarse y retroactúan negativamente sobre ella, en un círculo vicioso peligrosísimo. Ése es el momento de buscar nuevos mitos.
Las historias son el carburante ecológico de las comunidades en marcha. Pero pueden también convertirse en instrumentos opresivos y paralizadores. El patrimonio de perspectivas e historias compartidas, el imaginario, forja una base de cohesión comunitaria, pero no hace falta mucho para pasar de la cohesión, del sentido de un camino que se está recorriendo, a la construcción de una identidad fija, que hay que mantener y preservar de las contaminaciones externas.
Basta pensar en un pueblo nómada y absolutamente "mestizo" como el judío. Éste ha podido sobrevivir, confrontarse a otras culturas, mezclarse con ellas y al mismo tiempo sobrevivir a varios intentos de exterminio, gracias a un bagaje mítico y de historias fortísimo. Su mito más fuerte, el de la Tierra Prometida, transportado por todo el mundo, ha sido un propulsor increíble para la cultura judía durante toda su historia y ha contribuido al desarrollo de Europa. El Judío Errante, con su Tierra Prometida en la mochila, ha sido una de las figuras más fascinantes y sorprendentes de la historia y ha producido personajes como Moisés ben Maimónides, Baruch Spinoza, Isaac Newton, Karl Marx, Sigmund Freud, Albert Einstein, Hanna Arendt... ¡Woody Allen! En el momento en que se ha sacado el mito de la mochila para concretarlo y vincularlo a una identidad territorial cerrada ha terminado por producir un estado militarizado, discriminador, belicoso.
Del mismo modo, los mitos propulsores, prometeicos, de lucha, que tienen una función indispensable pues empujan a la comunidad a cambiar el mundo, pueden convertirse en altares sobre los que sacrificar la diversidad, la "desviación", la contaminación, asumiendo una forma teológica. Es el caso del mito de la revolución proletaria, que ha guiado dos siglos de lucha, implicando a comunidades amplísimas en el proceso de superación de las propias condiciones de vida y obteniendo resultados impensables. Pero, más tarde, ha producido regímenes totalitarios aberrantes que se han apoderado del mito utilizándolo contra la comunidad que lo había acuñado.
La función que los mitos desempeñan en una comunidad no se puede separar nunca de la relación que la comunidad instituye con ellos.
Ésta es la razón por la que la actividad del "narrador" se convierte en algo importantísimo. Porque seguir contando los mitos, modificándolos, descubriendo nuevas acepciones, adaptándolos a la contingencia del presente, es el antídoto contra su esterilización o su alienación. Y, por lo tanto, contra la esterilización y alienación de la comunidad.

Los mitos siempre han estado muy vinculados a la figura del "héroe" y al relato de sus "acciones ejemplares". Así concebidos, los mitos corren el peligro de engendrar una percepción servil de unos seres extraordinarios y de asociar heroísmo y martirio (autoabolición en nombre de una causa)? Creo que vosotros no dejáis de lado la noción de "heroísmo", como un combate diario por una vida libre y digna contra los regímenes de sometimiento y humillación, pero la redefinís radicalmente. ¿Cómo se puede representar un heroísmo colectivo y anónimo, para el cual lo verdaderamente extraordinario sea precisamente lo más común y que al mismo tiempo no elimine las singularidades ni la ambivalencia (como podía hacer Sorel con su homogénea noción de "proletariado indestructible" en su mito de la "huelga general")?

Existen una visión y una utilización "de derechas" de los mitos. Jünger defendía la eficacia propulsora del mito subordinándola a la figura de un héroe mítico, un "nuevo Teodorico" o un "nuevo Augusto", es decir, un gran personaje capaz de cargar sobre sí el destino histórico y consumarlo, desafiando a su propio tiempo. Hitler era un habilísimo utilizador de los mitos en este sentido. Ésta es una lectura reaccionaria y mística del mito, que añora y quiere recuperar los presuntos fastos del pasado, la edad de oro de los reyes y héroes, antes de la "caída" de los hombres en los pantanos del presente.
Pero existe también una lectura reaccionaria del mito que procede de la tradición de la izquierda histórica, que, de acuerdo con Horkheimer y Adorno, tiene su origen en el desarrollo dialéctico de la Ilustración. Si para Jünger la revancha del mito sobre la corrupción del presente pasa por la voluntad, en el caso de la tradición ilustrada-socialista nace del principio opuesto, de la fe absoluta en la racionalidad y en la capacidad del hombre de dar forma al mundo de acuerdo con un proyecto. Es una visión que se basa en la idea de una "necesidad" intrínseca a la historia, una necesidad inevitablemente hipostasiada de la racionalidad humana. Todo lo que es real es racional, todo lo que es racional es real. Esta frase de Hegel define la tragedia a la que han conducido las concreciones ilustradas en el curso de los últimos dos siglos, desde el Terror revolucionario francés al estalinismo y el maoísmo. No es casualidad que nos encontremos con grandes caudillos, timoneros de la revolución, que se convierten en iconos cerrados, ya no colectivos, en símbolos omnívoros que crecen de forma desproporcionada hasta encerrar dentro de sí todo lo real.
La pregunta, por lo tanto, es esta: ¿cómo es posible impedir que los mitos cristalicen, se alienen de la comunidad que los quiere utilizar para contar su lucha por la transformación del mundo volviéndose contra la propia comunidad?
Nuestra respuesta -que no puede ser sino una respuesta parcial si queremos evitar el error absolutista del que estamos hablando- es la siguiente: contando historias. Hace falta no parar de contar historias del pasado, del presente o del futuro, que mantengan en movimiento a la comunidad, que le devuelvan continuamente el sentido de la propia existencia y de la propia lucha. Historias que no sean nunca las mismas, que representen goznes de un camino articulado a través del espacio y el tiempo, que se conviertan en pistas transitables. Lo que nos sirve es una mitología abierta y nómada, en la que el héroe epónimo es la infinita multitud de seres vivos que ha luchado y lucha por cambiar el estado de cosas. Elegir las historias justas quiere decir orientarse según la brújula del presente. No se trata por lo tanto de buscar una guía (ya sea ésta un icono, una ideología o un método), un Moisés que pueda conducirnos a través del desierto, ni una tribu de Levi a la vanguardia de las otras. Se trata de aprender a leer el desierto y todas las formas de vida que lo habitan, descubrir que, en realidad, no hay "desierto" y que el punto de llegada del éxodo no es una Tierra Prometida fantasmática, sino una red de "trazos de la canción" (1) que podemos delinear en el propio desierto, red que termina por modificarlo y repoblarlo continuamente.

(1) Se trata de un término acuñado por Bruce Chatwin en su estudio de los aborígenes australianos (Los trazos de la canción, Península, 1999) y que por ejemplo Christian Marazzi describe precisamente así: caminos, senderos, trayectorias del saber informal, "autopistas del conocimiento", de metáforas que remiten a otras metáforas, en las que se esconde el saber original que hace falta para orientarse en el desierto. El propio Chatwin explica: "Comercio significa amistad y cooperación; y para el aborigen el principal objeto del comercio era la canción. La canción, por lo tanto, trajo la paz. Sin embargo siento que los trazos de la canción no son necesariamente un fenómeno australiano, sino universal: que eran los medios a través de los cuales un hombre delimitaba su territorio, y de esa manera organizaba su vida social. Todos los otros sistemas sucesivos eran variantes -o perversiones- de este modelo original (...) Tengo una visión de los trazos de la canción extendiéndose a través de los continentes y las edades; que cualquier hombre que ha hollado la tierra ha dejado un rastro de canto (del cual podemos, de vez en cuanto, pescar un eco); y que estos rastros deben remontarse, en tiempo y en espacio, a un aislado bolsón de la sabana africana, donde el Primer Hombre, abriendo la boca para desafiar los terrores que le rodeaban, gritó la primera estrofa de la Canción del Mundo: "¡yo soy!"". (NdelT)

El objeto de este blog experimental - y del taller en el que surge- es precisamente ese: jugar a descubrir trazos de una canción. No hay un único heroe, ni un punto de llegada. Se pueden recorrer diferentes caminos y escribir historias diferentes, ninguna más cierta que las demás.

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[Hiperenlaces]

MITOPOIESIS: OCUPANDO LA MAQUINA DE HACER HISTORIAS
¿QUÉ ES LA HISTORIA?
¿QUIÉN MATÓ A BAMBI? LA(S) HISTORIA(S) OCULTA(S) DE LOS SEX PISTOLS.

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[Enlaces externos]

Entrevista íntegra a Wu Ming Foundation
Wu Ming Foundation

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1 comentario:

Lorenzo Sandoval dijo...

Ante este texto me asalta una duda...

Creo que el mito introductorio que plantea marca un tono en todo el texto (que después no desaparece, o por lo menos a mi no se me va).

El mito al que me refiero es el de la Tierra prometida.

En otras palabras, la utopia.

¿Qué pasa en el momento en qué todas las tierras-prometido-utópicas están cartografiadas (en principio, aunque por supuesto esto es discutible; otro apunte: las Tierras prometidas siempre son el destino sólo para los Elegidos, llámense judios, arios o proletarios) y vemos que sólo tienden hacia las distopias?

Más breve y de otro modo:

¿Qué pasa cuándo en vez de Tierra prometida en la mochila sólo puedes llevar la Lonely Planet?

Aguarden un minuto e historias después de la publicidad.