2.4.08

MITOPOIESIS: OCUPANDO LA MAQUINA DE HACER HISTORIAS

Hablar de Historia es hablar de historias. Quiénes, cómo y por qué las crean, quienes, cómo y por qué las ponen en circulación, cómo y por qué se interpretan y sobreviven. Hacer Historia es por tanto, apropiarse de la máquina mitológica para producir mitos. Esto es la mitopoiesis.


"Mitopoiesis en tiempos de guerra", Amador Fernández-Savater en el Laboratorio Blanco sobre el Fin del Arte (UNIA / Arte y pensamiento):


"El mito da sentido y confianza", nos sitúa en la sociedad y nos proporciona una visión panorámica de la realidad, y al mismo tiempo propicia la comprensión de la experiencia individual como algo que forma parte de una historia colectiva, de un espacio social determinado. Los mitos han sido (y siguen siendo) los principales vehículos para la producción de sentidos sociales, nos permiten reinterpretar el pasado y encontrar fórmulas lógicas para abordar el presente, nos proporcionan referencias en las que fijarnos. Son como la argamasa que mantiene unida a la sociedad.

"No es lo mismo una comunidad unida por lo que contempla pasivamente en alguna pantalla mágica, que otra reunida en torno a lo que hace; no es lo mismo una comunidad con ritos y formas complejas y flexibles de intercambio simbólico que otra que no puede echar mano más que de los tribunales".

Esta producción de sentidos debe enfrentarse a un obstáculo muy difícil de sortear. La lógica capitalista se ha infiltrado en todos los campos de la experiencia colectiva (tanto la excepcional - ritos de paso, celebraciones,... - como la cotidiana) a través de un flujo invisible que atraviesa las redes de intercambios simbólicos que dan vigor a una comunidad. En su vertiginoso proceso de expansión se ha apropiado también del ámbito de la intimidad que cada vez es más dependiente de unos medios tecnológicos conectados a las bases de datos de grandes multinacionales que vigilan y orientan nuestro consumo.

El mito (la creación y producción de mitos) funciona como una especie de "cartografía que nos ayuda a orientarnos, que nos permite combatir la desposesión dominante elaborando nuevas figuras de posesión (mapas del laberinto, signos de reconocimiento)". En este sentido Amador Fernández-Savater se refirió a una historia contada por Félix de Azúa sobre un extraño y bello ritual que se desarrollaba en los trenes que conducían a los presos judíos a los campos de concentración. Algunos de estos condenados combatían la desesperación aupando a uno de ellos para que mirara por un pequeño orificio que había en la parte superior de los vagones y les narrase a los demás lo que veía. En un gesto extremo de resistencia al proceso de desposesión que estaban sufriendo, de vez en cuando algunos de los improvisados narradores se convertía en portador/productor de un mensaje que expresaba sus aspiraciones más altas y les recordaba que había "otro mundo" más allá del vagón. Su relato no era un mero testimonio de lo que había fuera, ni tampoco una narración dispersa o demasiado salpicada de impresiones personales. Su fuerza radicaba en que se convertía en los ojos y la voz de la comunidad, produciendo narraciones que daba sentido a sus vidas, que les desalojaba por unos instantes del territorio del miedo y el cinismo al que les había llevado la experiencia extrema de desposesión.

Para Amador Fernández-Savater, el gran problema de las vanguardias del siglo XX es que se asemejan demasiado a los oteadores de la historia de Félix de Azúa que - por su obsesión por la originalidad (surrealismo), su dispersión (dadaísmo) o su frialdad "objetiva" (todos los funcionalismos) - no fueron capaces de producir narraciones que pudieran dar sentido a la experiencia colectiva. Además, con la intención de desconcertar a los espectadores buena parte de las vanguardias artísticas han terminado reproduciendo las estrategias del poder, integrando en sus propuestas la lógica del "movimiento total, la velocidad y el presente perpetuo (donde nada lleva a nada, donde todo se evapora)".

Asumiendo que el conocimiento racional no es suficiente para impulsar una empresa de transformación social, Amador Fernández-Savater, concluyó su conferencia analizando los caminos que puede seguir el movimiento de contestación antiglobal para elaborar mitos propios que eviten los peligros de los grandes relatos (demasiado totalizadores y deterministas). A su juicio, la resistencia antiglobal debe eludir también el peligro de convertirse en una lucha estetizada y ficticia (una especie de juego juvenil rebelde que termine atrapada por las garras de un capitalismo devorador) y evitar que surjan líderes que aglutinen todo la energía colectiva que ahora da vigor y vitalidad al movimiento.

Para el autor de Filosofía de la acción, frente a las narraciones de sentido único, una de las claves para luchar contra la desposesión es articular muchos relatos, ya que la construcción del mito tiene que ser lo opuesto al aura, "esto es, perfectible y reproductible". "Tras la cumbre del G8 en Génova en julio de 2001, señaló Amador Fernández-Savater, las decenas de miles de personas que habíamos participado en esa extraordinaria y trágica contestación al poder global, volvimos metamorfoseados en agentes de una narrativa de emancipación".

Al margen de la versión oficial, la conjunción de los relatos de los que participaron en las protestas derivó en algo más que una mera yuxtaposición de los distintos testimonios individuales. Fue posible la mitopoiesis, la configuración de una "narración de sentido compartida" que daba voz a la comunidad, proporcionaba herramientas para luchar contra la desposesión y eliminaba las fronteras entre imaginario colectivo e individual.



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